“A un hombre le pueden robar todo, menos una cosa; la última de las libertades del ser humano, la elección de su propia actitud ante cualquier tipo de circunstancias; la elección del propio camino.”
Victor Frankl
El hombre quien escribió esto se encontraba prisionero en un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Todo le había sido arrebatado brutalmente, hasta su más elemental dignidad. Sin embargo, en el momento más oscuro y terrible que se pudiera imaginar; afirmó que nadie le podría quitar la libertad de decidir cómo iba a sentirse al respecto.
Quiero narrarte una experiencia, la mía, tan única y libre como la tuya. Pero la premisa de esta historia es que somos absolutamente libres de elegir cómo reaccionar ante un acontecimiento que ponga patas arriba nuestra vida.
Hace dos años y medio recibí la noticia de que padecía la enfermedad de Parkinson, un mal neurodegenerativo progresivo y sin cura. Parecía que mi nave había encallado, y que se iría a pique lenta e inexorablemente.
Me hallaba en la encrucijada de mi vida: por un lado, el camino más ancho: una sorda, dolorosa e inmerecida resistencia contra un cruel enemigo que terminaría aplastándome. Por el otro, una senda de aceptación y de preguntarme no «¿Por qué a mí?» sino «¿Para qué a mí?» El Parkinson no cancelaría mis sueños, simplemente los cambiaría por otros.
…preguntarme no «¿Por qué a mí?» sino «¿Para qué a mí?» El Parkinson no cancelaría mis sueños, simplemente los cambiaría por otros.
Decidí empeñarme en tener una vida digna y feliz y mostrar que eso era posible, si en lugar de luchar contra un enemigo, negociaba con un compañero de quien me despediré el día que muera. Como Viktor Frankl, ejercí una libertad que ni siquiera el Parkinson me podría quitar.
Lo hice como un acto de entrega a otros, a través del servicio. De no buscar ser consolado sino consolar. Todo esto no hubiera sido posible sin mi profunda fe en Dios, no como dispensador de milagros, sino como fuente de sentido a través del amor y la solidaridad.
Fue entonces que comencé este blog, para ir contando mi experiencia. Pero me detuve, porque aún no la tenía. Ahora, tengo algo más que contar.
Han pasado dos años y medio desde que me decidí por este camino. En el transcurso han habido más cambios y adversidades. Pero también he conocido a seres alados como pájaros, libres por decisión, alegres por convicción, fuertes por fragilidad y valientes por vulnerabilidad, que me han ido mostrando lo que de verdad tiene valor en la vida.
Miro el camino andado y me descubro otro. Y aunque mi Parkinson se encarga de recordarme su presencia, ahora la veo como el principio de una nueva etapa donde soy consciente de mi mismo y de lo que quiero: ayudar a otros a descubrir las alas que siempre han tenido, pero nunca han desplegado. Alas.
Un dia me enseñaron que la vida esta llena de eventos a lis cuales uno les da la connotación deseada, o aprendida ante el mismo. Y tu? Decides, estar triste, contento o feliz por algo que pasa y no esta en en tu control?
Me gustaMe gusta
Muchas gracias por tu comentario. En mi humilde experiencia, hay que evitar la trampa del optimismo obligatorio. Si un acontecimiento fuera de control provoca tristeza, es natural estar triste. Pero creo que cada quién es libre para decidir qué hacer con esa tristeza. En lugar de preguntar ¿Por qué?, preguntarse: ¿Para qué? ¿Qué puedo construir con esto? Llegar a esta pregunta significa que se ha encontrado un propósito de vida, porque ese es a la vez el motor y la hoja de ruta. Un propósito centrado en el ser, no en el tener. Entonces es cuando la persona puede ejercer esa libertad de elección.
Me gustaMe gusta